lunes, 10 de enero de 2022

Los Cuatro Cuartos: ¡Al séptimo de línea!. CMS-2400. RCA Víctor. 1966. Chile

 








En esta búsqueda del primer disco en Stereo en Chile, que ya vimos la semana pasada que corresponde al “Mago Musical” publicado el año 1963, quise retomar la publicación por fin en Stereo, ya que el 2016 la publiqué en mono, de este disco considerado por muchos como el 1er disco en Stereo en Chile; pero que ya vimos que no fue así.

Y para poder cumplir con esa tarea le pedí ayuda a Jorge Rica, paciente colaborador del blog, quién me compartió su disco y digitalización.

Para entrar en mas detalles sobre este disco, no hay nada mejor que compartir parte de la autobiografía de Willy Bascuñán “Tiempo y Camino”, un excelente y revelador libro para conocer la vida de este importante compositor de la música popular chilena.


Ahí Bascuñán dice lo sgte:


"Hacía tiempo que me daba vueltas la idea de crear una obra integral sobre la Guerra del Pacífico. Había anticipado esto ya con esas dos canciones de nuestro primer álbum, “El Manco Amengual” y “La batalla de La Concepción”. Pensando en esta idea fue que, por esos días, ya de vuelta de la gira al extranjero, compuse “La Toma del Morro”.

Después, al inscribir todas las canciones del álbum en el Derecho de Autor, le adjudiqué la letra a Jorge Inostrosa. Aclaro esto solo por seguir la historia tal cual. Me di cuenta de que no iba a ser fácil escribir el resto de los temas, ya que mis conocimientos históricos a la fecha no me respaldaban como para acometer dicha empresa. De pronto, pensé: ¿Y si involucro a Inostrosa en esta idea? No bien pensarlo, asumí lo descabellado que era, pues el personaje en cuestión era un hombre destacado y la propuesta vendría de un perfecto desconocido en el ámbito de la creación y más aún de la historia. 

Pero a medida que digería esta opción, consideré que lo peor que podía suceder era que no ocurriese nada y, en ese caso, seguiría tratando de consolidar la obra, pero haciendo uso de otros medios. 

Me armé de valor, averigüé dónde trabajaba el escritor e hice una llamada a la Empresa Zigzag. Sin que me diese tiempo a arrepentirme, me encontré hablando con una secretaria, la que gentilmente, después de escuchar quién era (pienso que el nombre de Los Cuatro Cuartos pesó de alguna forma), agendó mi visita para un miércoles en la tarde en las oficinas de la empresa, la que quedaba en Avenida Santa María, muy cerca de Pío Nono, en Santiago. Esto debe haber sido como a fines de septiembre de ese año 1965. 

Con mis ilusiones y nervios, llegué esa tarde 10 minutos antes de las 16.00 horas (mal hábito que conservamos los marinos). ¡Iba a conocer a quien había desbordado mi imaginación a través de su obra Adiós al 7° de Línea! Ni siquiera una audiencia con el Papa me hubiese exultado tanto.

Al entrar al edificio y preguntar por él, me condujeron frente a una oficina que se encontraba en el primer piso. Allí, la persona que me acompañaba me franqueó la puerta, indicándome que no hiciese ruido. Entré cuidadosamente. La habitación, que a pesar del tiempo aún me parece verla, era de regulares dimensiones. Lo primero que observé fue a una mecanógrafa que tecleaba su máquina de escribir sobre un gran escritorio atiborrado de papeles y a un señor de rostro rubicundo y de regular estatura que usaba unos gruesos anteojos, mientras dictaba sin cesar, paseándose de un lado a otro. Sin dejar de hacer lo suyo, me hizo una seña para que tomase asiento en un añoso sofá de cuero, donde quedé tratando de hacerme invisible y que no se escuchase siquiera mi respiración. Las frases y las ideas le brotaban ininterrumpidamente, mientras se permitía de vez en cuando aspirar su cigarrillo. En ese mágico momento asistía a la creación de una parte de la novela Los Húsares Trágicos.

Junto con terminar su cigarro, despachó a su escribiente y me invitó a tomar asiento frente al escritorio. Nos saludamos y dijo:

 –Usted dirá en qué puedo serle útil. 

Era el momento de enfrentar ese gran salto sin red ni protección alguna. Después de presentarme, decirle quién era y declararme un ferviente admirador de su obra, le expliqué lo mejor que pude la tarea que pensaba acometer y que mi intención era solicitarle me ilustrase sobre aquellos temas que considerara más pertinentes para crear estas canciones. Se echó hacia atrás en su sillón, encendió otro cigarrillo, no sin antes ofrecerme uno, cosa que estuve a punto de aceptar a pesar de que no fumaba. En ese momento yo sentía un nudo en el estómago que se apretaba y apretaba cada vez más. 

–¿Sabes chiquillo? Resulta que soy medio poeta y podría escribirte las letras. 

¡No lo podía creer!

Estaba frente al gran Jorge Inostrosa, creador de tantos pasajes que me habían deslumbrado. Y ahora, accedía no solo a ayudarme, sino que a escribir los textos. 

Sellamos este acuerdo con un apretón de manos, no sin antes pedirle el número del teléfono de su casa; craso error de él fue dármelo, pues tendría a futuro que soportar un montón de llamados míos recordándole nuestro acuerdo y apurándolo en el trabajo. 

Nunca había compuesto sobre letras de otros autores, pero me dije que tendría que hacerlo a como diese lugar. 

Salí de esa entrevista lleno de ideas y con inmensas ganas de trabajar lo más pronto posible en el proyecto. Apenas pude, le conté todo esto al Chino, a quien no le disgustó en absoluto la idea; y de paso, aproveché de mostrarle “La Toma del Morro”.

 No solo debía lograr la participación de Inostrosa, sino además había que venderle el proyecto al resto de mis compañeros y, sobre todo, al Chino, nuestro director. Tenía que ir armando el puzle con tiento y cuidado. (…)

–Hola, don Jorge, soy yo... Lo llamaba por lo de las letras... 

Estas llamadas se sucedieron no una, sino que varias veces, hasta que un día (a lo mejor vencido por el cansancio) escuché del otro lado del aparato:

 –Vente mañana a mi oficina para entregártelas... 

Allí estuve, puntual como siempre.

 –Mira –me dijo, mientras me alcanzaba un montón de papeles–, cambia los versos, acomódalos como mejor te plazcan para que puedas calzar tu música. Pero esta... esta debe ser una marcha, la que, como ves, narra el regreso del Perú de nuestros soldados. Los viejos estandartes.

Me comprometí a que así sería y que ese tema en particular tendría ritmo de marcha. El resto de las otras canciones las iría acomodando según me pareciese.

 Lamento no haber conservado esos papeles con el logo de Zig Zag, todos tachados a medida que avanzaba en la composición de los temas y ajustaba las letras. Recuerdo que esa vez que me reuní con Inostrosa no me entregó la totalidad de las letras. Pero, a fines de octubre, mientras actuábamos en el casino de Viña y encontrándose él como espectador en la boîte, le cantamos un par de canciones que ya habíamos montado. La cara de Jorge lo decía todo. 

Estaba fascinado. 

A la semana siguiente, me hizo llegar el resto de los temas. 

Mientras tanto, seguíamos dándole duro a los ensayos a medida que iban apareciendo las composiciones. 

Aquí hay un punto que me parece importante. Los Cuatro Cuartos éramos un grupo de corte folclórico que cantábamos cachimbos, trotes, refalosas, tonadas, cuecas, aires; en fin, quiero decir con esto que mientras no me apartase de allí las cosas andarían bien. 

Cuando le comenté al Chino que debíamos hacer una marcha... Ahí frunció el ceño. Me di cuenta que la cosa no iba a ser tan fácil. Ya me había hecho cambiar la música de “Leonora Latorre”, pues la encontraba demasiado melódica. Lo hice porque era disciplinado, pero creo que esa melodía en cuestión era mucho más bonita que la que hoy se conoce. Pero la dichosa marcha se iba quedando, quedando... quedando... 

A todo esto, en diciembre de ese año, ya la prensa publicaba sobre el trabajo que estábamos realizando y se iba generando un marcado interés por saber qué diablos haríamos.

Habíamos firmado con la RCA, después de la breve aventura en Polydor, y esta obra sería nuestro gran debut como nuevos artistas del sello grabador. Recuerdo los calores de ese verano en casa de la mamá de Paz, doña Teresa Besa, quien fue mi primera profesora de canto. Aguantando más de 30 grados allí en la calle Vaticano, ensayábamos y ensayábamos... 

No fuimos al Festival de Viña ese verano del 66, principalmente por estar enfrascados en montar los temas de lo que sería nuestra nueva producción. Hernán Serrano, nuevo y flamante director artístico de la RCA, había decidido, con muy buen ojo, que este sería el primer disco estéreo grabado en Chile; y nuestro ingeniero de sonido habría de ser Luis Torrejón, a quien rindo un homenaje en estas páginas por todo y lo mucho que ha hecho desde las perillas por la música chilena. 

Todo pintaba bien, pero... la marcha no convencía al Chino. Le di muchas, pero muchas vueltas, y llegué un día al ensayo con un disco de marchas grabado por una banda del ejército.

 –Mira –le dije al Chino–; ponlo, por favor. Lo tomó y dejó caer la aguja suavemente sobre el LP. Comenzó a sonar entonces una marcha en el tocadiscos. Me quedó mirando como diciendo ¿Y...?

 –¡Ahí está la cosa...! –dije con convencimiento–  Nosotros, que hacemos tanta onomatopeya en nuestras canciones, debiésemos emular el instrumento con las  voces. ¡Fue como inventar la pólvora! El Chino, aunque las ideas no se le ocurriesen a él, sabía cuándo algo era acertado, por lo que se sentó al piano y me pidió que le fuese cantando el tema... Bam, baparapapán, baparapapán, pan pan panpanpararanpanpanpanpán pa...

Por esas fechas, marzo de 1966, yo tenía una preocupación quizás más importante todavía. 

¡Me casaría con mi linda novia! Y, por lo tanto, andábamos en la compra de los muebles de nuestra futura casa. En la calle Villavicencio, detrás de lo que fue el Diego Portales, tenía su tienda de muebles el “Chino” Huerta, con quien nos hicimos medio amigotes por tener gente conocida en común. A él le compramos el comedor y el dormitorio, todo en encina, una maravilla de muebles, los que hasta hoy día se conservan súper bien. 

Allí, precisamente, conocí a Rodolfo Campodónico (nota de dnch, pueden ver mas detalles de este artista en https://artedelaargentina.com/disciplinas/artista/pintura/rodolfo-campodonico  y en https://www.facebook.com/Rodolfo-Campodonico-155356491293396/) , un argentino artista en todo el sentido de la palabra que ayudaba a mi amigo en los diseños y donde hiciese falta, pues el pobre no tenía ni uno. De un principio, me cayó bien, porque además pintaba muy lindo y le encantaba el folclore.

 Yo, en vista que me casaba y que en el departamento de Providencia con suerte entraba una sola persona, sabía que tenía que mudarme y pronto, por lo que me había ido a vivir esos meses previos a mi casamiento con mi papá, ya retirado y casado ahora con la tía Pitty. Ellos vivían en pleno centro, en un edificio de departamentos en Valentín Letelier. 

Un día que llegué a lo de los muebles, me encuentro con mi amigo argentino muy bajoneado, pues se había peleado con el “Chino” Huerta y, por orgullo personal, debía irse.

Esas cosas que de joven te conmueven me hicieron llamar a mi pobre viejo e instalar a Campodónico también en su departamento, donde permaneció por cerca de un mes. 

Bueno, él fue quien realizaría la carátula del disco Al 7° de Línea. ¡Ese caballo impresionante con los jinetes detrás! 

Después, le perdería la pista a este buen amigo y mejor artista.

El día 11 de mayo de 1966 fuimos a entregar al presidente Eduardo Frei Montalva nuestro flamante trabajo a su despacho en La Moneda. Fue un hermoso acontecimiento del cual informaron todos los medios.

 Vivía, sin poder dimensionarlo, mis más preciados y significativos momentos. Pienso que mis compañeros tampoco se daban cuenta de lo que nos sucedía. Para todos, Al 7° de Línea era un trabajo más y lo único que deseábamos era que tuviese una buena acogida. Pero nunca nos imaginamos el tremendo éxito que tendría ni la permanencia en el tiempo de esta obra en particular. Allí, en ese momento, por una extraña paradoja del destino, concurrían las personas precisas, las únicas que podían haber realizado esto. ¡No sobraba ninguno!."


Al buscar mas información en la revista Ecrán, en el ejemplar del 6 de Mayo de 1966 aparece una nota sobre el nuevo disco,  en donde el dato que agregan es que el tema “la novia de mi capitán” está basada en el poema “el adiós”, con que el capitán Rafael Torreblanca se despidiera de su novia, Clementina Cobo, antes de morir; aunque por lo visto mas detalles de cada uno de los temas fueron incorporados en un inserto que traía la 1ra edición de este disco.


Una excelente obra que les compartimos el día de hoy:


00:00 Lado A:

00:00 1. Los juramentados de Atacama - Canción de soldados

02:28 2. A través de la pampa - Marcha de camino

03:53 3. Romance de Leonora Latorre - Canción

06:35 4. Los chinos de Cerro Azul - Refalosa

09:00 5. Cazadores del desierto - Canción de caballería

12:08 6. La toma del Morro - Canción cachimbo


14:07 Lado B:

14:12 1. Los viejos estandartes - Marcha

16:08 2. Los boteros de Iquique - Lamento marinero

18:59 3. El enganche de los puetas - Trote

21:39 4. Batallones olvidados - Cachimbo triste

24:18 5. La novia de mi capitán - Canción

26:29 6. Las bombachas coloradas - Cachimbo


Letra: Jorge Inostrosa

Música: Guillermo Bascuñán

Arreglos: Luis Enrique Urquidi




1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente publicación la de hoy. Un disco clásico. En mi casa hay una versión stereo, pero sin inserto.